«When the wicked / carried us away in captivity / Required from us a song / Now how shall we sing the lord`s song in a strange land
Let the words of our mouth and the meditation of our hearts/ Be acceptable in thy sight here tonight«
(Fragmento de «By the Rivers of Babylon» – con la letra de la canción de Boney M)
El inicio del salmo 137 es, o fue -no está de más precisarlo- mundialmente famoso por la canción homónima de los setenteros Boney M. Ese «By the rivers of Babylon» y otros éxitos de los morochos forman parte de mis recuerdos más nítidos de la infancia. Y es difícil (pero en algunos casos se puede) asociar la infancia con la tristeza. Mucho menos si uno de esos recuerdos tiene que ver con música festiva como pocas:
Resulta curioso que hace poco me haya topado otra vez con esa canción como oportuna broma visual y auditiva en el desaforado «Rabbids go home» (sí: ¡BWAAAAAAAHHHHH!)
Pero si leemos la letra de la canción y nos remontamos a la orilla del Eúfrates -a la diáspora de Nabucodonosor- (perdón por ponerme bíblico y sentimental) la sensación no es tan grata como la que impone la música. Por lo menos para los afectados, que desde entonces (606 AEC) han estado repitiendo esa remembranza de la tierra dejada atrás. Y ya sin la Torah original de por medio, en la europa de la segunda guerra, con su Nabucodonosor alemán llevándoles a orillas del Danubio o el Volga, el Don o el Rin quizá Isaac Jacob Blumenfeld o su amigo y cuñado Shmuel Bendavid también se hubiesen preguntado
¿Cómo cantar la canción del señor en (esa) tierra extraña?
Pero vamos por partes. Isaac nace austrohúngaro (es vecino de Kolodetz en la actual Ucrania) y los vaivenes espacio temporales de la europa del siglo XX hacen que se vea afectado por las dos grandes guerras y pertenezca sucesivamente -como ciudadano, soldado o preso pero sobretodo esto último- al decadente imperio de los Habsburgo, a Polonia, a la Unión soviética, Alemania y una vez más a Rusia.
Angel Wagenstein intuye que para entender a ese señor del que habla la canción debe hacer hablar al ex-rabino y presidente en funciones del club de ateos beligerantes de Kolodetz (Bendavid) ni más ni menos que durante el sermón y en plena sinagoga:
“ – Busqué a Dios en esta casa, llamada la Casa de Dios, y no lo encontré. No lo busquéis porque no está aquí. Buscad, hermanos, en vuestro corazón, y si lo encontráis, dejad que este se convierta en vuestra sinagoga, en vuestro templo, en vuestro sagrario, en vuestras Tablas de la Ley. Porque Dios es amor y sólo en los corazones se puede hallar el amor, no en las piedras. Porque ¿qué otra cosa es este edificio sino un montón de piedras? ¿Y qué sería de nuestro corazón si dejáramos de guardar, como un Quivot, el amor por el Prójimo, por el otro ser humano? No hablo del amor por un solo ser humano sino por todos: las tribus y los pueblos, indistintamente del color de su piel, de su lengua, de sus tierras o mares, de sus países de calor o de hielos eternos, porque todos juntos somos Dios. Éste es el único Dios.”
Wagenstein relata la desventura del pueblo judío que halla en el humor el elemento que antaño perseguía el salmista (¿Cómo cantar…?). Así Isaac dice al momento de relatar su estancia en el campo de concentración nazi:
“ Por favor, no pidas que te cuente mis recuerdos que me pesan como un molde de hierro fundido de cien toneladas. ¡Es mejor que no describa el infierno que nos tocó vivir! Muchos lo han hecho antes y mejor de lo que podría hacer yo…”
Pero he dicho humor. Y el azaroso relato de viajes del habitualmente pusilánime Isaac (que no obstante también tiene los arrestos para desear “romper las ventanas de ese señor” que a menudo le juega malas pasadas o deja que otros se las hagan) está lleno de chistes e historias divertidas, festivas y algunas veces irrisoriamente crueles. Son las historias del dicharachero pueblo judío que como el propio Isaac de tanto trajinar se ha hecho políglota, pero por un extraño designio “siempre maldice en ruso”. Y una de esas historias (la del ciego Iosel) es –como anuncia Isaac Jacob Blumenfeld al final de su periplo de dos guerras, tres campos de concentración y cinco patrias- algo dicho con la intención de no buscarle sentido al sinsentido:
“Un buen día Iosel, ayudándose con su bastoncito, fue a visitar al rabino y le preguntó:
– Rabí, ¿qué estás haciendo ahora?
– Estoy tomando leche.
– ¿Cómo es la leche rabí?
– Es un líquido «blanco»
– ¿Qué quiere decir «blanco»?
– Blanco, pues… es el color de los cisnes.
– ¿Y qué es un «cisne»?
– Un ave que tiene el cuello curvo.
– ¿Qué es «curvo»?
El rabino dobló su brazo por el codo.
– Anda, tiéntalo y sabrás.
El ciego Iosel palpó atentamente el brazo del rabino y dijo agradecido:
– Gracias rabí. ¡Ahora ya sé cómo es la leche!”
Shnat shmitá Iztik, Shmuel…