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Category Archives: Literatura

Reseñas y artículos sobre literatura

«When the wicked / carried us away in captivity / Required from us a song / Now how shall we sing the lord`s song in a strange land

Let the words of our mouth and the meditation of our hearts/ Be acceptable in thy sight here tonight«

(Fragmento de «By the Rivers of Babylon» –  con la letra de la canción de Boney M)

El inicio del salmo 137 es, o fue -no está de más precisarlo- mundialmente famoso por la canción homónima de los setenteros Boney M. Ese «By the rivers of Babylon» y otros éxitos de los morochos forman parte de mis recuerdos más nítidos de la infancia. Y es difícil (pero en algunos casos se puede) asociar la infancia con la tristeza. Mucho menos si uno de esos recuerdos tiene que ver con música festiva como pocas:

Resulta curioso que hace poco me haya topado otra vez con esa canción como oportuna broma visual y auditiva en el desaforado «Rabbids go home» (sí: ¡BWAAAAAAAHHHHH!)

Pero si leemos la letra de la canción y nos remontamos a la orilla del Eúfrates -a la diáspora de Nabucodonosor- (perdón por ponerme bíblico y sentimental) la sensación no es tan grata como la que impone la música. Por lo menos para los afectados, que desde entonces (606 AEC) han estado repitiendo esa remembranza de la tierra dejada atrás. Y ya sin la Torah original de por medio, en la europa de la segunda guerra, con su Nabucodonosor alemán llevándoles a orillas del Danubio o el Volga, el Don o el Rin quizá Isaac Jacob Blumenfeld o su amigo y cuñado Shmuel Bendavid también se hubiesen preguntado

¿Cómo cantar la canción del señor en (esa) tierra extraña?

Pero vamos por partes. Isaac nace austrohúngaro (es vecino de Kolodetz en la actual Ucrania) y los vaivenes espacio temporales de la europa del siglo XX hacen que se vea afectado por las dos grandes guerras y pertenezca sucesivamente -como ciudadano, soldado o preso pero sobretodo esto último- al decadente imperio de los Habsburgo, a Polonia, a la Unión soviética, Alemania y una vez más a Rusia.

Angel Wagenstein intuye que para entender a ese señor del que habla la canción debe hacer hablar al ex-rabino y presidente en funciones del club de ateos beligerantes de Kolodetz (Bendavid) ni más ni menos que durante el sermón y en plena sinagoga:

“ – Busqué a Dios en esta casa, llamada la Casa de Dios, y no lo encontré. No lo busquéis porque no está aquí. Buscad, hermanos, en vuestro corazón, y si lo encontráis, dejad que este se convierta en vuestra sinagoga, en vuestro templo, en vuestro sagrario, en vuestras Tablas de la Ley. Porque Dios es amor y sólo en los corazones se puede hallar el amor, no en las piedras. Porque ¿qué otra cosa es este edificio sino un montón de piedras? ¿Y qué sería de nuestro corazón si dejáramos de guardar, como un Quivot, el amor por el Prójimo, por el otro ser humano? No hablo del amor por un solo ser humano sino por todos: las tribus y los pueblos, indistintamente del color de su piel, de su lengua, de sus tierras o mares, de sus países de calor o de hielos eternos, porque todos juntos somos Dios. Éste es el único Dios.”

Angel Wagenstein, autor de "El Pentateuco de Isaac"

Wagenstein relata la desventura del pueblo judío que halla en el humor el elemento que antaño perseguía el salmista (¿Cómo cantar…?). Así Isaac dice al momento de relatar su estancia en el campo de concentración nazi:

“ Por favor, no pidas que te cuente mis recuerdos que me pesan como un molde de hierro fundido de cien toneladas. ¡Es mejor que no describa el infierno que nos tocó vivir! Muchos lo han hecho antes y mejor de lo que podría hacer yo…”

Pero he dicho humor. Y el azaroso relato de viajes del habitualmente pusilánime Isaac (que no obstante también tiene los arrestos para desear “romper las ventanas de ese señor” que a menudo le juega malas pasadas o deja que otros se las hagan) está lleno de chistes e historias divertidas, festivas y algunas veces irrisoriamente crueles. Son las historias del dicharachero pueblo judío que como el propio Isaac de tanto trajinar se ha hecho políglota, pero por un extraño designio “siempre maldice en ruso”. Y una de esas historias (la del ciego Iosel) es –como anuncia Isaac Jacob Blumenfeld al final de su periplo de dos guerras, tres campos de concentración y cinco patrias- algo dicho con la intención de no buscarle sentido al sinsentido:

“Un buen día Iosel, ayudándose con su bastoncito, fue a visitar al rabino y le preguntó:

–          Rabí, ¿qué estás haciendo ahora?

–          Estoy tomando leche.

–          ¿Cómo es la leche rabí?

–          Es un líquido «blanco»

–          ¿Qué quiere decir «blanco»?

–          Blanco, pues… es el color de los cisnes.

–          ¿Y qué es un «cisne»?

–          Un ave que tiene el cuello curvo.

–          ¿Qué es «curvo»?

El rabino dobló su brazo por el codo.

–          Anda, tiéntalo y sabrás.

El ciego Iosel palpó atentamente el brazo del rabino y dijo agradecido:

–          Gracias rabí. ¡Ahora ya sé cómo es la leche!”

Shnat shmitá Iztik, Shmuel…

Me pregunto si la historia de Herschel Schwart el «mitad judío mitad iroqués» que inventa Joyce Carol Oates en su novela «La hija del sepulturero» podrá haber inspirado el quehacer y modos de Aldo el apacheRaine que aparece en aquellos malditos bastardos de Tarantino:
And yet the tale would be told through Milburn for years how, on that Hallowe’en night, the night following the vandalism in the Milburn cemetery, several young men were surprised and attacked by Herschel Schwart who acted alone. The first of these, Hank Diggles, dragged out of his pickup truck in the dimly lighted parking lot of the Mott Street Tavern, could not claim to have seen Herschel Schwart but only to have felt him and smelled him, before he was beaten by his assailant’s fists into unconsciousness. There were no witnesses to the Diggles beating, nor to the even bloodier beating of Ernie LaMont in the vestibule of his apartment building just off Main Street, about twenty minutes after the Diggles beating. But there were eyewitnesses to the attack on Jeb Meunzer outside the Meunzers’ house on the Post Road: at about midnight Herschel showed up on the front porch, long after the last of the trick-or-treaters in their Hallowe’en costumes had gone home, he’d pounded on the door and demanded to see Jeb, and when Jeb appeared Herschel immediately grabbed him and dragged him outside, threw him onto the ground and began beating and kicking him, with no more explanation than Who’s a Nazi? Fucker who’s a fuckin Nazi? Jeb’s mother and a twelve-year-old sister saw the beating from the porch, and cried out for Herschel to stop. They knew Herschel of course, he’d gone to school with Jeb and intermittently the two boys had been friends, though they were not friends at this time. Mrs. Meunzer and Jeb’s sister would describe how “crazed” Herschel was, terrifying them by stabbing at Jeb with what appeared to be a fishing knife and all the while cursing Who’s a Nazi now? Fucker who’s a fuckin Nazi now? Though Jeb was Herschel’s size and had a reputation for brawling, he appeared to be overcome by Herschel, unable to defend himself. He, too, was terrified and begged his assailant not to kill him as with both knees Herschel pinned him to the ground and, with the knife,
crudely carved into his forehead this mark—
esvas
 
that would scar Jeb Meunzer for the remainder of his life.
It would be told how Herschel Schwart the wiped the bloody knife calmly on his victim´s torusers, rose form him and waved insolently at the stunned, staring Mrs. Meunzer and her daughter, and turned to run into the darkness. It would be said that, at a bend in the Post Road, a car or pickup truck was idling, with its headlights off; and that Herschel climbed into this vehicle and drove away, or was driven away by an accomplice, to vanish from the Chautauqua Valley forever.
 
Philip Roth según Frances Belleville

Philip Roth según France Belleville

"Nuestra pandilla" (Mondadori 2008)

"Nuestra pandilla" (Mondadori 2008)

El 7 de Noviembre del 71 Dwight McDonald (NY Times) escribió:

«Nuestra pandilla» es una sátira política que he hallado rebuscada, injusta, de mal gusto, perturbadora, lógica, tosca y muy graciosa – Me reí ruidosamente 16 veces y dentro de mí una cantidad estadisticamente inverificable. Dicho brevemente, (es) una obra maestra. Las hipótesis más fantásticas -fantasías que, por desgracia, leemos diariamente en los periódicos y vemos en la TV nocturna- son desarrolladas con la lunática lógica de la «Modesta propuesta para prevenir que los niños de la gente pobre de Irlanda sean una carga para sus padres y el país»  de Swift (es decir, engordándolos para consumo como tocino del desayuno inglés). ¿Qué tan injusto se puede ser? «Nuestra pandilla» es un sólido segundo lugar. Como un inveterado americano, estoy encantado con la manera como las más extremas divagaciones satíricas de Roth -como aquellas de Mark Twain, Ring Lardner y Nathaniel West–tomadas de una base sólida de conocimiento volkische (popular);  nuestra jerga; y el carácter nacional que expresa, parecen alarmarlo tanto como lo han hecho con ellos y conmigo»

Inspirada en la escandalosa administración Nixon esta sátira política no deja títere con cabeza. El relato superlativo parte de un dislate verbal del trigésimo séptimo presidente de los vecinos del norte, pero podría ser parte de un manual de procedimientos para una caterva de políticos (Bush hijo, Berlusconi, Fox, etc.):

«POR CREENCIAS PERSONALES Y RELIGIOSAS CONSIDERO QUE LOS ABORTOS SON FORMAS INACEPTABLES DE CONTROL POBLACIONAL. AÚN MÁS, LAS POLÍTICAS IRRESTRICTAS DE ABORTO, O EL ABORTO A DEMANDA NO COINCIDEN CON MI CREENCIA PERSONAL EN LA SANTIDAD DE LA VIDA HUMANA – INCLUYENDO LA VIDA DE LOS NONATOS. PORQUE, SEGURAMENTE, LOS NONATOS TAMBIÉN TIENEN DERECHOS, RECONOCIDOS EN LA LEY, RECONOCIDOS AÚN EN PRINCIPIOS EXPUESTOS POR LAS NACIONES UNIDAS»

Con esta declaración «filosófica» -como dice McDonald- el protagonista Trick E. Dixon (Tricky para los amigos), se granjea el odio combativo de un violento grupo de radicales: los boy scouts, que fieles a su puritanismo, consideran la frase de Tricky un apoyo implícito al «intercurso sexual». Y el líder enfrenta esta crisis provocada por la ignorancia de la única manera que conocen las personas de su clase: unos cuantos muertos locales (los gandules de la flor de Liz), difamación y chivos expiatorios. Además el Tricky literario emplea una estrategia que también capitalizó en nuestra época George Walker Bush: la invasión preventiva. En este caso contra la república pro-pornografía de Dinamarca (profiriendo un genial «algo huele mal en el estado de Dinamarca» como arenga).

Como el Nixon de la vida real Tricky solo fue presidente de un mandato. Si la historia condenó al primero a una especie de muerte política Roth no se toca el corazón y hace que alguien asesine a Tricky. Esto me resultó inesperado luego de una primera parte un poco excesiva y esquemática. No imaginaba las torcidas intenciones de Roth y eso puso de campanillas el remate de la novela o como diría McDonald citando a Jules Feiffer:

«…(eso) extendió lógicamente la premisa a su conclusión totalmente demente provocando de parte de la audiencia cierta apreciación inesperada«

Luego de unas exequias relatadas con maestría Roth hace llegar a Tricky al mismísimo infierno, donde -no podía ser de otra manera- compite con Satanás por la presidencia del averno y en un giro de tuerca que contrasta con el debate de la vida real entre Nixon y Kennedy (1960) el experimentado Satanás es puesto contra las cuerdas por la «sangre nueva» de Tricky que muy en lo suyo saca de contexto «declaraciones» del innombrable contenidas en un irrefutable libro de pruebas. Dice:

«Este documento que estoy sosteniendo en mi garra es la Sagrada Escritura. No miente. Es ni más ni menos la Biblia de nuestros enemigos».

Específicamente Tricky asesta una seguidilla de golpes bajos empleando el Libro de Job y haciendo ver al villano por excelencia como todo un perrito faldero de Dios. Irónicamente también dice la verdad y eso es de lo mejor de este libro porque esa parte me congeló la sangre pensando en que los políticos siguieran ese ejemplo y dijeran algo como:

«Y pueden responder, «Eso está muy bien, Señor Presidente, ¿Pero con qué preparación cuenta para presentarse al puesto de Diablo responsable?»

(…)

Para citar una nota personal, ustedes saben que yo nací oportunista, allá en California, y durante mis años en la vida pública tuve el privilegio de hacer una serie de tejemanejes con con otros oportunistas. Y pienso que hablo por todos los oportunistas cuando digo que Satanás ha sido una constante fuente de inspiración para nosotros desde tiempos inmemoriales, en las buenas y en las malas. Y quiero que él comprenda a todo lo largo de esta campaña, que respeto no solo la tenacidad con la cual él miente, sino que también su sinceridad al mentir.

(…)

Pero quiero dejar algo perfectamente claro. Por mucho que respete y admire sus mentiras, no creo que las mentiras sean algo en lo cual mantenerse. Mas bien son algo para construir (…) (nadie) puede confiar en las mentiras que ha dicho en el pasado (…) para distorsionar las realidades de hoy (…). Mi propia experiencia ha demostrado que las mentiras del ayer no van a confundir los problemas de hoy en día (…). Y ese el porqué, con todo el respeto para la experiencia de mi oponente, digo que necesitamos una nueva administración en el Infierno, una administración con nuevos cuernos, nuevas verdades a medias, nuevos horrores y nuevas hipocresías…»

Es decir la verdad y nada más que la verdad…

Povoa de Varzim

Póvoa de Varzim.

Teodoro, fracasado y contrahecho funcionario del gobierno portugués, lee lo siguiente en un antiguo libro deslomado (yo pongo las negritas):

«En el fondo de la China existe un Mandarín más rico que todos los reyes de que nos habla la Fábula o la Historia. De él nada conoces, ni el nombre, ni el semblante, ni la seda de que se viste. Para que tú heredes sus bienes inenarrables, basta con que toques esa campanilla, puesta a tu lado, sobre un libro. El exhalará entonces un suspiro, en los lejanos confines de la Mongolia. Será un cadáver: y tú verás a tus pies más oro del que puede soñar la ambición de un avaro. Tú, que me lees y eres hombre mortal, ¿tocarás la campanilla

Este es un pasaje del libro «El mandarín» que José Maria Eça de Queirós (Póvoa de Varzim, 25 de noviembre de 1845 – París, 16 de agosto de 1900) publicó en 1880. Y a propósito de la tentación, John Adams (The Psychology of temptation, 1906) dice que «el tentador exitoso es alguien familiar con el pasado de la persona tentada, (alguien) que conoce el contenido del alma de esa persona«. Estoy de acuerdo con el motivo del éxito del tentador pero no pretendo meterme en honduras místicas. La tentación viene de uno mismo, ese conocido con información privilegiada del tentado, y sí ponemos «naturaleza«, «escrúpulos«, «ética» e inclusive «conciencia» en lugar de la malograda «alma» que emplea Adams toda la frase adquiere sentido. Nuestra relación con los «estímulos económicos» -que bien pueden tentarnos- ha sido idealizada por algunos autores como Posner («The jurisprudence of greed», 2003) que describe:

«(una figura de) temperamento moderado, con cierta simpatía por sus amigos y otras personas; previsor pero no taimado; codicioso y probablemente amante del placer pero no autoindulgente y ciertamente no desvergonzado»

Este homo economicus es definido mucho más sucintamente como un egoísta racional que aprovecha todas las oportunidades. Según Osner su codicia no es inmoral porque «recuerda más a Antonio -el mercader de Venecia- que a Shylock«: Para la doctrina liberal las decisiones del homo economicus, al ser racionales, no pueden tomar en cuenta aspectos morales (que son preceptos convencionales).

Volviendo a Teodoro, la intervención de un personaje sobrenatural sospechosamente siniestro le orilla a tocar la dichosa campanilla que -efectivamente- ha aparecido a su lado. Gracias a ese gesto su vida modesta y apretada cambia radicalmente pues de la noche a la manaña se vuelve el propietario del legendario oro del Mandarín. ¡Por fin podía gozar del favor de la hipócrita sociedad que hasta entonces lo menospreciaba!

Teodoro, que curiosamente quiere decir «regalo de Dios», dice:

«Yo nunca creí en el diablo, como nunca tuve fe en Dios. Jamás lo dije en voz alta ni lo escribí en los periódicos para no descontentar a los Poderes públicos encargados de mantener el respeto hacia tales entidades: mas yo nunca creí que existiesen estos dos personajes, viejos como la substancia, rivales bonachones, que se pasan la vida haciéndose mutuas y amables perrerías, uno de barbas nevadas y túnica azul, vestido como el antiguo Júpiter y habitando las alturas luminosas, en medio de una corte más complicada que la de Luis XIV; y el otro malhumorado y mañoso, ornado de cuernos, viviendo entre las llamas, imitación ridícula y burguesa del pintoresco Plutón. ¡No, no creo! Cielo e infierno son concepciones sociales para uso de la plebe, y yo pertenezco a la clase media

Y aunque no cree en Dios no duda en confesar cierta inquietud mística emparejada con algo de «egoísmo racional oportunista»:

«Rezo, es verdad, a Nuestra Señora de los Dolores, porque, así como pedí una recomendación para licenciarme; así como, para obtener mis veinticinco duros, imploré la benevolencia del diputado; igualmente, para sustraerme de la tisis, de las anginas, de la navaja del chulo, de la cáscara de naranja escurridiza donde puede uno resbalar y romperse una pierna y de otros accidentes, necesito tener una protección sobrehumana. El hombre prudente debe ir haciendo una serie de sabias adulaciones desde la Universidad hasta el paraíso. Con un compadre en el barrio, y una comadre mística en las alturas, el porvenir del licenciado está seguro.»

Si al momento de decidir tocar o no la campanilla Teodoro toma en cuenta la razón, virtud asépticamente lejana de la moral como nos dice el liberalismo, lo que le ocurre después tiene que ver con  los irreversibles efectos colaterales de su decisión:

«¿De qué me servían por fin tantos millones, sino para traerme, día por día, la desoladora afirmación de la vileza humana?

¡Y así, al choque de tanto oro iba desapareciendo ante mis ojos, como humo, la belleza moral del Universo! Se apoderó de mí una inmensa tristeza mística. Caí sobre una silla, y con el rostro, entre las manos, lloré copiosamente.»

Efectos que incluyen el desengaño amoroso:

«Arranqué aquel amor de mi pecho como una planta venenosa. Descreí para siempre de los ángeles rubios, que conservan en su mirar azul el reflejo de los cielos que atravesaron: desde lo alto de mi oro, arrojé sobre la inocencia, el pudor, y otras idealizaciones funestas, la diabólica carcajada de Mefistófeles y organicé fríamente una existencia animal, grandiosa y cínica.»

El mandarín (Eca de Queirós)

El mandarín (Eca de Queirós)

En el relato el difunto Mandarín ( Ti Chin Fu) se le aparecía a Teodoro dondequiera que fuera o tratara de evitarlo: ni siquiera la contrición sacramental, los rezos, misas ni obras piadosas -y otras artes de su repertorio místico y mundano- alejaban al espectro que lo acechaba insistentemente. Para mal de Teodoro el mudo Mandarín Ti Chin Fu no lo abandonará ni en los remotos confines del Imperio del Medio, sitio donde prolonga su desventura. Al regresar a Portugal nos dice amargamente:

«…¡Sólo sabe bien el pan que diariamente ganan nuestras manos; nunca matéis al Mandarín!»

Pero más que ese consejo que le habría hecho tanto bien seguir a Bernie Madoff y a (ni tan) Santos Ramírez -y pensando de soslayo en el homo economicus- analicemos el remate del libro que me parece brutalmente honesto:

«Y, todavía al morir, me consuela prodigiosamente esta idea: que de Norte a Sur, de Oeste a Este, desde la Gran Muralla de Tartaria hasta las ondas del mar Amarillo; en todo el vasto imperio de la China, ningún mandarín quedaría vivo, si tú, tan fácilmente como yo, lo pudieras suprimir y heredar sus millones, ¡oh, lector! criatura improvisada por Dios, obra mala de mala arcilla, mi semejante, y mi hermano.»

 

Fincher, Roth, Pitt, Blanchett

Fincher, Roth, Pitt, Blanchett

El relato «The Curious Case of Benjamin Button» de F. Scott Fitzgerald publicado en Tales of the Jazz Age (1922) dió lugar al libreto de la película homónima. En el original al señor Button le presentan a su hijo recién nacido, un amasijo de piel y huesos con la apariencia de un anciano de setenta años que le pregunta: ¿tú eres mi padre?. Button responde: «¿De dónde en el nombre del Señor vienes tú? ¿Quién eres tú? y Button junior dice: «No puedo decirte exactamente quien soy yo» (…) «porque he nacido hace unas pocas horas – pero mi apellido es ciertamente Button». Como puede verse Benjamín Button no nace siendo precisamente un bebé. En la parte siguiente del relato el señor Button viste a su hijo que mide poco menos de 175 cm. Este último le pregunta cuál irá a ser su nombre y Button padre contesta: «…pienso que te llamaremos Matusalén». Afortunadamente desiste de esa intención y se lo lleva a casa. Para él Benjamín es un bebé así que decide tratarlo como tal. Pero Benjamín tiene pensadas otras cosas: come pan con mantequilla, no se interesa por los juguetes, fuma e incluso lee la Enciclopedia Británica. La sociedad de Baltimore -no la New Orleans del libreto y la película- acepta al retoño de los Button. Sus maneras no son las de un niño:

«…Lo juntaron con varios niños, y él pasó una tarde aburrida tratando de interesarse con las canicas -incluso consiguió, accidentalmente, romper una ventana de la cocina con una piedra usando una resortera, una proeza que secretamente encantó a su padre. Así que Benjamin trató de romper algo todos los días, pero sólo hacía estas cosas porque era lo que se esperaba de él, y porque estaba naturalmente obligado a hacerlo.

Cuando se disipó el antagonismo inicial de su abuelo, Benjamin y ese caballero  disfrutaron mucho uno en compañia del otro. Podían sentarse por horas (…) y como compinches de toda la vida, discutir con monotonía incansable los lentos eventos del dí 

En contraste el libreto de Eric Roth hace nacer a Benjamín con las dimensiones de un bebé que tiene facies de anciano y es incapaz de hablar. Fitzgerald puntualiza que Benjamín tiene conocimiento -pero no es capaz de explicar el porqué- de la avanzada edad de su cuerpo y mente al momento de nacer. Roth sitúa al Benjamín fílmico en un hogar de adopción y le concede poder leer unas cuantas palabras vacilantes rumbo a la primera década de vida. En el relato el asunto del rejuvenecimiento es advertido por Benjamín alrededor de los doce años. Su intuición excepcional le hace preguntarse «¿será posible?».

Fitzgerald resuelve con ironía los años de la medianía entre los doce y veintiuno cuando aclara: «Suficiente registrar que fueron años de decrecimiento normal». En este período Benjamín intenta matricularse en Yale lo cual no es posible pues no consigue convencer a maestros y alumnos de que realmente tiene dieciocho años. Poco después comienza a frecuentar el círculo de su padre y una tarde en la que este último se siente melancólico le dice a Benjamín: 

«El negocio de los textiles tiene un gran futuro». Fitzgerald añade: (Button) no era un hombre espiritual – su sentido estético era rudimentario. 

Y como evidencia de esa precariedad Fitzgerald escribe (habla Button):

«Los viejos como yo no pueden aprender nuevos trucos,» observó él profundamente. «Son ustedes los jóvenes con energía y vitalidad que tienen el futuro ante sí»

¿»Jóvenes» con energía y vitalidad como Benjamín?

Benjamín conoce  a Hildegarde, su «amor a primera vista» y futura esposa (de quien Fitzgerald escribe que era «bella como el pecado»). A ella sus contemporáneos le parecen frívolos y sólo Benjamín, que aparenta cincuenta, está «justo en la edad romántica». En este punto el relato difiere del libreto fílmico porque no se trata de una historia de amor «para toda la vida»: Fitzgerald dice descarnadamente que tras cierto tiempo de continuo decrecimiento a Benjamín solo le preocupaba una cosa: A los treinta y cinco «su mujer había dejado de gustarle». Los encantos de la adorable Hildegarde no tardaron en desvanecerse, ella se tornó «muy asentada, muy plácida, muy conforme, muy anémica en sus emociones y de un gusto muy sobrio». Esto provoca la ruptura definitiva. Su agitado y gozoso estilo de vida dificulta el cumplimiento de sus deberes laborales y familiares. Su hijo le suplanta a cargo del negocio familiar. Finalmente llegan los años inciertos de la juventud, la adolescencia, la niñez. Benjamín juega con su nieto, requiere niñera y alimentación especial. Las cosas dejan de tener significado concreto, gradualmente pierde todos sus recuerdos, su mundo se reduce a lo mínimo, las sensaciones se tornan vagas. Eventualmente la oscuridad suplanta todo.

Y en la película vemos un desfile de anécdotas a manera de parches para llenar la vida de un sujeto destinado a que no le pase nada. Trasplantado al siglo XX Benjamín Button conoce ancianos impactados por rayos, sopranos, pigmeos buscavidas, capitanes, esposas-sonámbulas-de-diplomáticos, algunas mujeres (a estas últimas podríamos decir que biblicamente), a su padre y su abolengo. Se hace a la mar, sufre en carne propia la guerra y se torna un vagabundo. Todo esto como un requisito para no caer en cuenta de las casi tres horas de proyección…

El original nos habla de la insustancialidad de la vida y aquí Roth trata de hacernos creer que no es así, que algo queda, o como dice la meliflua Daisy (alter ego de Hildegarde): «(que) algunas cosas perduran».  

Por eso, sobre original y versión libre, sigo prefiriendo aquel relato de Alejo Carpentier: 

«Hambre, sed, calor, dolor, frío. Apenas Marcial redujo su percepción a la de estas realidades esenciales, renunció a la luz que ya le era accesoria. Ignoraba su nombre. Retirado el bautismo, con su sal desagradable, no quiso ya el olfato, ni el oído, ni siquiera la vista. Sus manos rozaban formas placenteras. Era un ser totalmente sensible y táctil. El universo le entraba por todos los poros. Entonces cerró los ojos que sólo divisaban gigantes nebulosos y penetró en un cuerpo caliente, húmedo, lleno de tinieblas, que moría. El cuerpo, al sentirlo arrebozado con su propia sustancia, resbaló hacia la vida.» (Viaje a la semilla – 1944)

 

 

Alejo Carpentier

Alejo Carpentier