Si un día despierto y todo está inusualmente tranquilo y silencioso, sin nada que perturbe la mañana salvo unas columnas de humo elevándose en la lejanía, todos los perros de la zona ladrando como poseídos y el cielo se observa plagado de ceniza no perderé el tiempo encendiendo el radio o buscando una explicación en internet. Tampoco me apresuraré rumbo al aeropuerto o hacia una de las salidas de la ciudad. Mucho menos pensaré en asegurar mi posición o subir a la azotea. Inmediatamente saldré hacia la casa del único par de personas que conozco están preparadas para enfrentar este tipo especial de contingencias. Una vez ahí estaré a salvo. Mansamente dejaré que ellos se encarguen de la situación -que ya tienen mucho tiempo esperando- y si se puede trataré de seguir sus pasos, intentaré dominarme y no estorbar sus movimientos. Imagino que tendré que recargar sus armas, alinear ordenadamente sus molotovs, sacar filo a sus hachas, aceitar sus motosierras y todas esas cosas que mi sobrino de seis años puede hacer mucho mejor que yo desde que ya no va al kinder. Toda precaución es poca, diría mi hermano al respecto. Si surgen dudas y entre oleada y oleada podré encontrar la información requerida en su extensa biblioteca. Claro que no tendré el aplomo necesario para hacer pasar las horas muertas como lo harían ellos: Es decir viendo «Los Simpsons» o «Dexter» o esa mentada versión del director de «Ichi the killer» que tanto disfruta mi cuñada. Quizá ahí su perro -tan ajeno a todo eso como yo- sea mi mejor compañía mirándome desde su escondite debajo de la mesa. Sobretodo mientras trato de recordar que hacer si una de las defensas que tan meticulosamente han preparado mis familiares cae. O revisando la bitácora y al preparar los víveres («raciones del ejército y licuados de proteínas de alto valor biológico» me corregirá tajante mi hermano. Despúes de todo es por mi bien) o al disfrutar de las últimas reservas de coca cola light a kilómetros a la redonda mientras mi cuñada indica el límite derecho del perímetro donde una vez más se nota movimiento lo cual es algo que mi hermano dice que no esperaba sin cambiar ni siquiera un poco su expresión de deportista concentrándose para la prueba máxima. Y luego de limpiarse las manos en los pantalones y correr la ventanilla de observación apunta fijamente teniendo en cuenta el viento y la reducción de la velocidad del proyectil sin que transcurran más que dos segundos. Y para cuando puedo asimilar lo que está pasando la desaforada risa de mi cuñada me aterra más que todo lo que he visto y oído en los últimos días. Sponky -el perro- se ha calmado y se dispone a dormir una vez más.
Días despúes estamos todos sentados mirándonos desde las esquinas. Sería mejor decir que ellos me están mirando a mí. No puedo dormir, no aguanto la comida, tiemblo como junkie que no ha conseguido dosis y he terminado por hacerme sangrar los dedos de tanto intentar comerme las uñas. Está decidido: debemos ir hacia el otro refugio. Pero primero necesitamos provisiones. Mi hermano y su esposa disputan sobre la velocidad que esas cosas alcanzan y cuanto hay que correr para llegar a salvo al depósito, sobre que distracción usar para pasar por el flanco menos protegido y como usar los lanzallamas para mantenerlos a raya. «Una vez que estemos en la entrada del túnel es pan comido. Ellos no tienen cerebro» dice R, mi cuñada. Cuando menos lo esperan los interrumpe mi voz: He leído que solo son capaces de oler grupos de más de tres personas. Estaba en tus anotaciones- le digo a mi hermano. Un instante de duda flota en medio de nosotros. El baja la cabeza y no es capaz de pronunciar palabra. R se acerca y le acaricia el rostro. Mientras tanto mi sobrino termina de raparse, junta delante de sí el montoncito de cabello y se sienta en posición de loto al lado de ellos. Mira con cariño a su padre y luego a mí con algo de odio. En un instante les expongo el conocimiento que he adquirido sobre el tema (que no es moco de pavo). No les sorprende que sugiera un plan alternativo.
Así que una vez que cronometramos relojes soy yo el que sale rumbo al depósito. A última hora convencí a mi hermano que no necesitaba los lentes de visión nocturna. Nunca he usado lentes a pesar de tener un astigmatismo que podríamos denominar como «psicológico». Además conozco la zona perfectamente y sé que puedo moverme lentamente sin correr el menor riesgo, llegar al edificio correcto, correr la trampilla, hacer pie dentro y cargar las bolsas que tengo preparadas. No tomaré mucho, sólo lo necesario para tres días de viaje. Eso es lo convenido.
Afuera hace frío. Es una noche sin luna. Cuento los cien pasos que me separan de la cisterna. Me detengo donde mi sobrino y yo solíamos jugar. Eran buenos tiempos. De aquí en adelante es mejor seguir a rastras. Antes de dar vuelta hacia el tramo más concurrido (desechos, mugre, brazos, piernas: lo usual) me doy vuelta e informo de mi posición con el apuntador láser que me ha dado mi hermano. No espero respuesta. Avanzo unos veinte minutos destrozándome las rodillas. Me pongo de pie y voy tanteando la pared. Algo viscoso y fresco me impregna los dedos. De momento no lo considero un mal indicio. Tal como me han indicado pronto encuentro la depresión que abre la trampilla. Luego de despejar la entrada me deslizo al interior. Me duelen los dedos como siempre que hay humedad en el ambiente y me cuesta llegar al segundo nivel del depósito. Una vez ahí reviso que mi ridícula arma siga en posición. Una precaución inútil porque nunca seré capaz de utilizarla. De todas maneras la pongo encima de la caja que tengo enfrente y por fin enciendo la luz tipo minero que llevo en el casco. El paraíso se extiende delante de mí. O al menos mi versión no patentada del paraíso con torres y torres de provisiones y mucha Coca Cola. Absorto por este último detalle apenas recuerdo sacar mis instrucciones escritas en una Moleskine color rojo. Como reza la cuidadosa letra de mi hermano abro el primer cajón de la izquierda, me pongo los audífonos y enciendo el ipod. Mientras espero el start up e instintivamente bajo un poco la luz dando unos sorbos largos de mi bebida favorita entiendo el secreto del mantra: la palabra es un acto, un ejercicio de poder. Voy reuniendo las cosas de aquí para allá y escucho, escucho lo que mi hermano ha tenido el cuidado de grabar:
«Todos los ejércitos humanos necesitan provisiones, este ejército no necesita comida, munición, combustible, ¡Ni siquiera agua para beber o aire para respirar! No existen líneas logísticas que cortar, ni depósitos que destruir. No puedes rodearlos y matarlos de hambre , o dejarlos “marchitar en la vid”. Encierra cien de ellos en una habitación y tres años después ellos saldrán tan mortales como siempre. Es irónico que la única manera de matar un zombie sea destruir su cerebro, porque como grupo, no tienen un cerebro colectivo del cual hablar. No existe el liderazgo, ni cadena de mando, comunicación o cooperación de nivel alguno. No hay un presidente al cual asesinar, ni búnker de comando que puedas atacar quirúrgicamente. Cada zombie es su propia unidad autocontenida, automática, y esta ventaja final es lo que realmente encapsula todo el conflicto.
Tú has escuchado la expresión «guerra total»; es bastante común a lo largo de la historia de la humanidad. Casi en cada generación algún bocón gusta decir como su pueblo ha declarado la «guerra total» contra un enemigo, lo que significa que cada hombre, mujer y niño en su nación empeñaba cada segundo de sus vidas a la victoria. Eso es una mierda en dos niveles básicos. Primero que nada, ningún país o grupo está jamás cien por ciento dedicado a la guerra; eso es simplemente físicamente imposible. Puedes tener un porcentaje alto, de manera que mucha gente se parta el culo por un buen tiempo, ¿pero toda la gente y todo el tiempo?
¿Y qué con los mañosos, o los objetores de conciencia? ¿Qué con los enfermos, los heridos, los viejos, los niños? ¿Qué pasa cuando estás durmiendo, bañándote o descargando la tripa? ¿Es una «descarga por la victoria?
Es la primera razón por la cual la guerra total es imposible para los humanos. La segunda es que todas las naciones tienen sus límites. Pueden existir individuos en un grupo dispuestos a sacrificar sus vidas; incluso puede existir un número relativamente alto para la población, pero la población como un todo eventualmente alcanzará su punto de quiebre emocional y fisiológico. Los japoneses alcanzaron el suyo con un par de bombas atómicas. Los vietnamitas podrian haber alcanzado el suyo si hubiésemos tirado un par más, pero gracias al Santísimo Cristo, nuestra voluntad se quebró antes de llegar a eso. Esa es la naturaleza de la guerra humana, dos lados tratando de empujar al otro más allá de su límite de resistencia, y no importa cuanto nos guste hablar de la guerra total, ese límite siempre está ahí… a menos que tú seas uno de los muertos vivientes.
Por primera vez en la historia, enfrentamos un enemigo que estaba activamente librando una guerra total. Ellos no tenían límites de resistencia. Ellos nunca negociarían ni se rendirían. Y lucharían hasta el verdadero fin porque, a diferencia de nosotros, cada uno de ellos, cada segundo de cada día, estaba dedicado a consumir toda la vida en la Tierra. Esa es la clase de enemigo que estaba esperando por nosotros detrás de las Rocallosas. Esa es la clase de guerra que tenemos que luchar.»
Inmediatamente pienso «disco 5, Guerra Mundial Z» y veo el botón rojo que tintinea debajo de la consola, al tiempo que escucho el eco de los ruidos que hago, y de enormes puertas cerrándose por todos lados en el edificio y entiendo que no tengo otra opción que decir «objetivo cumplido» y derrumbarme cuando veo mi rostro moviéndose en el centro de la pantalla del ipod pues alguien me graba. Alguien que a lo lejos dice «Roger» y que nunca más volveré a ver o escuchar. O quien sabe.
"Guerra mundial Z" (Max Brooks)
Por primera vez en la historia, enfrentamos un enemigo que estaba activamente librando una guerra total. Ellos no tenían límites de resistencia. Ellos nunca negociarían ni se rendirían. Y lucharían hasta el verdadero fin porque, a diferencia de nosotros, cada uno de ellos, cada segundo de cada día, estaba dedicado a consumir toda la vida en la Tierra. Esa es la clase de enemigo que estaba esperando por nosotros detrás de las Rocallosas. Esas es la clase de guerra que tenemos que luchar.Por primera vez en la historia, enfrentamos un enemigo que estaba activamente librando una guerra total. Ellos no tenían límites de resistencia. Ellos nunca negociarían ni se rendirían. Y lucharían hasta el verdadero fin porque, a diferencia de nosotros, cada uno de ellos, cada segundo de cada día, estaba dedicado a consumir toda la vida en la Tierra. Esa es la clase de enemigo que estaba esperando por nosotros detrás de las Rocallosas. Esas es la clase de guerra que tenemos que luchar.No food, no ammo, no fuel, not
even water to drink or air to breathe! There were no logistics lines to sever, no
depots to destroy. You couldn’t just surround and starve them out, or let them
«wither on the vine.» Lock a hundred of them in a room and three years later
they’ll come out just as deadly
It’s ironic that the only way to kill a zombie is to destroy its brain, because, as a
group, they have no collective brain to speak of. There was no leadership, no chain
of command, no communication or cooperation on any level. There was no
president to assassinate, no HQ bunker to surgically strike. Each zombie is its
own, self-contained, automated unit, and this last advantage is what truly
encapsulates the entire conflict.
You’ve heard the expression «total war»; it’s pretty common throughout human
history. Every generation or so, some gasbag likes to spout about how his people
have declared «total war» against an enemy, meaning that
every man, woman, and child within his nation was committing every second of
their lives to victory. That is bullshit on two basic levels. First of all, no country or
group is ever 100 percent committed to war; it’s just not physically possible. You
can have a high percentage, so many people working so hard for so long, but all of
the people, all of the time? What about the malingerers, or the conscientious
objectors? What about the sick, the injured, the very old, the very young? What
about when you’re sleeping, eating, taking a shower, or taking a dump? Is that a